La diversidad de espacios públicos, su distinto grado de complementariedad, privacidad, proximidad, interconexión e inserción se reflejan también en el modo en que estos espacios son gobernados.
El espacio urbano está allí donde todos los ciudadanos, con independencia de sus ingresos y circunstancias personales, pueden sentirse cuidados e iguales.
Los comunes globales se convierten en una sinécdoque de un orden espacial que legitima la violencia geográfica, la desposesión y el extractivismo.
Reducir el número de automóviles es clave para esta reconquista del espacio, pues de cuanto menos asfalto dispongan las ruedas más tierra se libera para plantar.
Las ciudades ofrecen una esperanza de reconciliación entre distintas comunidades de humanos y entre nosotros y otras especies.
La provisión y protección del espacio público es un indicador igual de válido que cualquier otro del estado de salud de una sociedad.
Cualquier nueva legislación aplicada a las ciudades debería incluir indicadores de planificación que mejoren la salud.
Oficinas, locales en planta baja y entornos públicos: el espacio físico es un recurso inestimable para enderezar el mundo tras la dolorosa irrupción del coronavirus.
La comunalización móvil tiene lugar dentro de las prácticas compartidas del movimiento, los encuentros momentáneos y las asambleas fugaces.