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23 junio 2021

El papel del espacio público en las ciudades poscovid-19

MIT Senseable City Lab

Oficinas, locales en planta baja y entornos públicos: el espacio físico es un recurso inestimable para enderezar el mundo tras la dolorosa irrupción del coronavirus.

Que nuestras vidas son cada vez más virtuales es una realidad como un templo. Desde 2020, la mayoría de las reuniones presenciales han sido sustituidas por videollamadas con Zoom o Teams. En términos más generales, la práctica del teletrabajo, que algunos sectores de la población ya habían llevado a cabo antes de la crisis de la covid-19, se está implantando a un ritmo sin precedentes, y se prevé que en el futuro se mantendrá esta tendencia. Como consecuencia de estas novedades, los gurús mediáticos han estado conjeturando acerca de los cambios que se producirán a largo plazo, y muchos de ellos incluso han predicho la muerte inminente de la ciudad y la posible desaparición de las oficinas. (1) Sin embargo, estoy convencido de que estos escenarios no se materializarán, por varios motivos, en buena parte relacionados con la estructura de las redes sociales, que dependen en alto grado de las interacciones en el espacio físico.

Fue el sociólogo Mark Granovetter quien, en la década de 1970, estudió los conceptos de “vínculos débiles” y “vínculos fuertes”. (2) Los débiles hacen referencia a las relaciones entre conocidos ocasionales, por oposición a los fuertes, que mantenemos con las personas que forman parte de nuestro círculo íntimo, incluidos los amigos de nuestros amigos. En palabras de Granovetter, “el grado de solapamiento de las redes de amistad de dos individuos depende directamente de la fortaleza del vínculo entre uno y otro”.

Una red social sana necesita tener tanto vínculos fuertes como débiles. Mientras que los primeros nos aportan una sensación de seguridad y estabilidad, los segundos resultan especialmente útiles para conectarnos con un abanico más amplio de personas y otros círculos sociales, para acercarnos a ideas nuevas, para cuestionar nuestras ideas preconcebidas y para que seamos conscientes del mundo más allá de nuestro entorno inmediato. Dicho de otro modo, los vínculos débiles son un pilar esencial para disfrutar de una vida cívica sana, dado que generan confianza, empatía y complicidad entre personas que piensan diferente. Antes del estallido de la pandemia, nuestro laboratorio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) se embarcó en un proyecto de investigación con el objetivo de estudiar las redes de comunicación entre personas. (3) Tras compilar datos anónimos de los servidores de correo electrónico del MIT, nuestro análisis inicial reveló que durante los períodos de confinamiento el alumnado, el profesorado y el personal administrativo aparentemente se intercambiaban mensajes en grupos más pequeños y estrechos, lo cual indica que cuando salimos del espacio físico y pasamos a depender en gran medida —si no exclusivamente— de canales de comunicación virtuales, los vínculos débiles experimentan un desgaste. Cuanto más tiempo se prolonga nuestro abandono de los lugares físicos compartidos, por motivos de precaución, más se agrava esta situación.

Conectar exclusivamente con nuestros círculos más estrechos es preocupante, como hemos observado en estudios más generales sobre las interacciones en redes a medida que estas han ido evolucionando en los últimos años. Las plataformas virtuales —y los algoritmos que las refuerzan— nos proporcionan contenidos que confirman nuestras preferencias y nuestras ideas preconcebidas. En consecuencia, tendemos a seleccionar lo que queremos ver en internet, hablamos exclusivamente con personas próximas a nosotros a través de FaceTime y WhatsApp y, en este proceso, descartamos cualquier contenido que nos desagrade. Este paso hacia una socialización virtual dirigida podría haber contribuido incluso al incremento de la polarización política que hemos vivido en los últimos meses, en los que los efectos negativos de la “supresión” del espacio físico han acabado pasando del ámbito digital al mundo real.

Como diseñadores, no podemos evitar preguntarnos: ¿qué podemos hacer para volver a integrar el espacio físico en nuestras vidas y lograr que tenga más relevancia en un contexto social tan rápidamente cambiante como el actual? Para poder llevar a cabo este cometido, yo distinguiría tres entornos adyacentes. El primero es el espacio de las oficinas. Las empresas harían bien en no desentenderse del todo de las oficinas, (4) pensando tanto en su propio beneficio —las ideas nuevas, innovadoras y colaborativas son imprescindibles para alcanzar el éxito— como en el bienestar de las sociedades donde desempeñan su actividad. Como alternativa, pueden permitir que sus empleados se queden en casa más a menudo y a la vez adoptar medidas para garantizar que el tiempo transcurrido en la oficina favorezca la creación de vínculos débiles. Esto implicaría, por ejemplo, transformar las plantas tradicionales, proyectadas para facilitar la ejecución de tareas en solitario, en espacios más abiertos y dinámicos que fomenten el llamado “efecto cafetería”. (No hay nada que facilite más la creación de vínculos débiles que compartir mesa para comer en una cafetería.) A partir de ahí pueden surgir nuevos proyectos más radicales, con los cuales se busquen maneras de propiciar la serendipia, como, por ejemplo, mediante espacios coreografiados y “basados en acontecimientos”.

En segundo lugar, tenemos los inmuebles a pie de calle. Reservados tradicionalmente para las redes minoristas locales, así como para los negocios de alimentación y bebidas, las “plantas bajas” han sido durante mucho tiempo un punto neurálgico de la vida social urbana. Sin embargo, en las últimas décadas, el modelo tradicional de establecimientos físicos de las ciudades ha sufrido una desestabilización a causa de las rápidas transformaciones de las tendencias comerciales, primero con las tiendas de los centros comerciales y ahora con el comercio electrónico. El coronavirus y la reestructuración de nuestros hábitos laborales han significado un nuevo revés para muchos negocios, incluyendo los bares y restaurantes, que fueron un motor de la recuperación del sector tras la crisis financiera de 2008.

En toda Europa, y también en otros lugares, desde Boston hasta Tokio, los centros urbanos se enfrentan a la problemática de los establecimientos a pie de calle. ¿Realmente podemos permitirnos el lujo de prescindir de una institución histórica como esta? Hace poco, el exteniente de alcalde de París me dijo: “Pensemos en la riqueza de la vida urbana de París. Jamás sería posible sin el sinfín de actividades comerciales que llenan las calles”. Esta pérdida empobrecería no solo la economía, sino también nuestros fundamentos sociales y culturales.

Reducidos a la mínima expresión, los establecimientos a pie de calle desempeñan su papel histórico de facilitadores de encuentros y de diálogo social, al tiempo que consolidan el alcance del espacio público y difuminan sus límites. Si bien es importante dedicar partes del espacio a favorecer las actividades comerciales existentes, podríamos ampliar su uso para dar cabida a múltiples iniciativas de barrio. Pienso, por ejemplo, en locales de coworking, talleres de fabricación digital, entidades sin ánimo de lucro, comunidades de emprendimiento joven o puntos de agricultura urbana y de voluntariado. Una estrategia de revitalización como esta abriría las plantas bajas a un ecosistema más amplio de participantes y la transformaría en un intermediario entre los barrios y la ciudad en su conjunto.

Para lograr estos objetivos es necesaria una implicación de las autoridades a escala local e internacional. En el contexto europeo, los programas de regeneración de muchos municipios dependen de los fondos del plan NextGenerationEU, (5) de la Unión Europea. Los organismos de gobierno municipales también ejercen mucha influencia a la hora de actualizar el marco regulador y aportan una mayor flexibilidad a proyectos diversos. Cuanta más agilidad se consiga a través de consorcios público-privados, más colaboraciones beneficiosas para la sociedad surgirán. Milán es una de las ciudades pioneras en este ámbito: los proyectos de renovación de los barrios de Porta Nuova y MIND (Milan Innovation District) subrayan la idea de hacer confluir la ciudadanía a pie de calle. (6) En la ciudad del futuro, las herramientas digitales, desde los sensores hasta el internet de las cosas, podrían ofrecer a los ciudadanos formas de comunicación innovadoras.

Y, por último, tenemos que poner el foco en el espacio público, que debe ser accesible para cualquiera, sin restricciones y en todo momento, por derecho propio. Situado a tiro de piedra de los locales de planta baja, el espacio público nació con una clara vocación social. Debido a su característica inconfundible —la inevitabilidad—, permite cultivar los vínculos débiles de un modo que difícilmente puede conseguirse a través de internet. Las calles, los parques y las plazas son espacios de convivencia, los únicos lugares donde convergen todos los miembros (o al menos la mayoría) de la sociedad. Independientemente de su origen, los ciudadanos no tienen más remedio que compartir las mismas aceras, que presenciar la situación de los sin hogar y están obligados a dar un salto para esquivar una bicicleta. En este espacio en disputa y en conflicto, las realidades que preferiríamos evitar son plenamente visibles; de hecho, el carácter perturbador del espacio público es precisamente aquello que lo hace necesario. El Senseable City Lab del MIT llevó a cabo un estudio en colaboración con el KTH, el Real Instituto de Tecnología de Estocolmo. (7) A través de datos geoetiquetados de Twitter, el equipo de investigación analizó dónde y cuándo tienen lugar los contactos entre individuos de distintos orígenes en la capital sueca. Sus conclusiones ponen de manifiesto que el diseño de la ciudad es fundamental para superar el aislamiento étnico y socioeconómico. Algunos barrios de la ciudad pueden ser más diversos que otros, pero en todos ellos las plazas y otras formas de espacio público constituyen invariablemente el contexto principal de la comunicación intergrupal.

Se trata de un proceso que no siempre es idílico. Si durante mucho tiempo los espacios públicos han sido un punto neurálgico de mezcla social, también han sido un campo de batalla de conflictos políticos, así como un caldo de cultivo de fenómenos sociales que han cambiado el curso de los acontecimientos. Desde la Revolución francesa hasta la Primavera Árabe, los colectivos desencantados se han echado a la calle, el único sitio donde no se los puede ignorar. El año pasado, pese a los estragos de la pandemia, decenas de miles de manifestantes de todo el planeta atrajeron la atención del mundo entero a raíz del asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. (8) La inmensa mayoría de las protestas fueron admirablemente pacíficas, a pesar de las tácticas propias de un Estado policial y los actos vandálicos marginales acontecidos en varias ciudades de los Estados Unidos, como Portland y Washington. En el pasado, momentos como estos han quedado ensombrecidos por la violencia y la represión. En otro punto del planeta, en Hong Kong, durante las protestas de 2019, la fuerza de los vínculos débiles se hizo vívidamente patente entre personas que no se conocían entre ellas y se brindaban apoyo práctico y emocional mientras se manifestaban por calles habitualmente llenas de coches. (9)

Cuando salgamos del pozo de estos confinamientos tan desestabilizadores, tenemos que animar a la gente a repoblar los espacios públicos haciendo referencia a su idoneidad para la concordia y la reconciliación. Los espacios fallidos son aquellos donde se ha impedido que las personas puedan interrelacionarse en condiciones de igualdad, debido a las restricciones impuestas por la segregación residencial y a unas fuerzas de orden público discriminatorias. Para poder garantizar lo que el sociólogo francés Henri Lefebvre denominó el “derecho a la ciudad”, (10) debemos empezar por corregir la ciudad.

Las políticas inclusivas son el primer paso para empoderar a los ciudadanos en la adopción de un compromiso recíproco. Parece que uno de los elementos de integración social más efectivos de Estocolmo es el distrito universitario del KTH, situado en una pequeña colina en el norte de la ciudad. Allí, diversos estudiantes y empleados de la universidad que viven en toda el área metropolitana se congregan en un campus físico compartido y, al hacerlo, crean una comunidad experiencial, intelectual y emocional. Sin apertura al diálogo y a la confrontación, incluso los espacios públicos más inclusivos tienen límites.

Oficinas, locales en planta baja y entornos públicos: el espacio físico es un recurso inestimable para enderezar el mundo tras la dolorosa irrupción del coronavirus. Y si queremos maximizar el impacto de dicho espacio, debemos ofrecer a cada ciudadano la posibilidad de expresarse y colaborar a fin y efecto de construir colectivamente un discurso social. La crisis de la covid-19 ha hecho patente que disponemos de herramientas para estar conectados desde la cumbre de una montaña, o desde la cocina de casa, por decirlo así. Ahora el gran reto es potenciar el espacio físico para que podamos bajar de vez en cuando de nuestras cumbres aisladas. Ello implica trabajar por el resurgimiento de este espacio de tal modo que salga reforzado su principal valor: la capacidad de cultivar todos los vínculos que nos unen.

 

(1) Cairncross, Frances, The Death of Distance: How the Communications Revolution Will Change Our Lives, Harvard Business School Press, Cambridge (Mass.), 1997 (versión castellana: La muerte de la distancia: cómo la revolución de las comunicaciones cambiará la vida de la empresa, Paidós, Barcelona, 1998).

(2) Granovetter, Mark, “The Strength of Weak Ties”, American Journal of Sociology, vol. 78, núm. 6, mayo de 1973, págs. 1360-1380.

(3) “How Office Design Is Changing”, Senseable City Lab: http://senseable.mit.edu/webinars/How-Office-Design-is-Changing (acceso: 28 de enero de 2021).

(4) Christie, Jennifer, “Keeping Our Employees and Partners Safe during #coronavirus”, Twitter Blog, 12 de mayo de 2020: https://blog.twitter.com/en_us/topics/company/2020/keeping-our-employees-and-partners-safe-during-coronavirus.html.

(5) “Infographic - Next Generation EU – COVID-19 recovery package”, The European Council: https://www.consilium.europa.eu/en/infographics/ngeu-covid-19-recovery-package (acceso: 28 de enero de 2021).

(6) “Open to Change”, Porta Nuova website: http://www.porta-nuova.com/; “MIND”, Milano Innovation District website: https://www.mindmilano.it/en (acceso: 28 de enero de 2021).

(7) “Social Network Data Unveil the Dynamics of Social Segregation in Stockholm”, Senseable Stockholm Lab: https://www.senseablestockholm.org/projects/urban-segregation/social-network-data-unveil-the-dynamics-of-social-segregation-in-stockholm (acceso: 28 de enero de 2021).

(8) “What We Know About the Death of George Floyd in Minneapolis”, The New York Times, Nueva York, 12 de enero de 2021: https://www.nytimes.com/article/george-floyd.html.

(9) “How Hong Kong Protesters Help Each Other,” Bloomberg, 29 de julio de 2019, https://www.bloomberg.com/news/videos/2019-07-29/how-hong-kong-protesters-help-each-other-video.

(10) Lefebvre, Henri, Le Droit à la ville, Anthropos, París, 1968 (versión castellana: El derecho a la ciudad, Península, 1969).

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