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11 junio 2018

En defensa del espacio público urbano europeo

"El Premio Europeo al Espacio Público Urbano está basado en la convicción de que un espacio público bien diseñado y bien intencionado contribuirá a mejorar las vidas de las personas y la salud de la sociedad en general"

Caí en la cuenta al ver que entre las obras presentadas al Premio Europeo al Espacio Público Urbano de este año estaba la remodelación de la plaza Taksim de Estambul. La plaza Taksim fue el epicentro de las protestas que surgieron en 2013 como respuesta a los planes de sustituir el parque Gezi que hay en la plaza por un centro comercial. Este movimiento, conocido como Occupy Taksim, pasó de ser un acto público de desafío ante un plan urbanístico a convertirse en algo mucho mayor: en una protesta generalizada por todo el país contra la deriva autoritaria de Turquía. El proyecto de remodelación presentado este año no me impresionó por sus valores arquitectónicos, urbanísticos o paisajísticos, sino por lo llamativo que resultaba desde el punto de vista político teniendo en cuenta la marcada historia reciente del lugar, una historia que el proyecto parece negar por completo.

Borrar la memoria a través del diseño no supone ninguna novedad para el Premio Europeo al Espacio Público Urbano. A lo largo de los años, muchos de los proyectos presentados han tenido que ver con la eliminación deliberada de los signos visibles de una herencia política que se quiere descartar, en particular en los países postsocialistas, donde los símbolos del disputado pasado reciente han sido y siguen siendo sustituidos en medio de un largo proceso de ajuste con las décadas de dictadura. Pero mientras que en esos casos suele haber un consenso de que es una buena idea sustituir las representaciones públicas y la memoria de una ideología represiva por una demostración de los principios liberales de la democracia, el caso turco constituye un modelo bien distinto.

Algo parecido sucede con los espacios públicos en países donde la esfera pública democrática corre serios riesgos, como por ejemplo en Polonia o Hungría, por no hablar de Rusia. ¿En qué consiste el espacio público en países donde se silencia a los medios y a la oposición política se la reprime e incluso se la ilegaliza? Y, teniendo en cuenta que la sede de este premio está en Barcelona, ¿qué podemos hacer respecto a los recientes encarcelamientos en España de políticos catalanes elegidos en las urnas?

Los lugares donde no están garantizadas las premisas básicas subyacentes al Premio son cada vez más numerosos. Es más, podemos incluso cuestionarnos si el espacio público de, pongamos por caso, Francia, los Países Bajos o Austria, no se ve manchado también por la realidad política actual, teniendo en cuenta que en todos esos países hay un significativo respaldo popular a partidos políticos xenófobos, reaccionarios e iliberales.

El Premio Europeo al Espacio Público Urbano está basado en la convicción de que un espacio público bien diseñado y bien intencionado contribuirá a mejorar las vidas de las personas y la salud de la sociedad en general. Este ideal está en concordancia con la premisa de que una Europa unificada es una salvaguarda, una forma de prevenir futuras guerras entre los Estados miembros de la Unión Europea, y que la progresiva integración política, económica y cultural mejorará las vidas de todos sus ciudadanos. Hay también una creencia ampliamente aceptada de que la ciudad puede continuar siendo una «máquina de emancipación» que permita la movilidad social y la realización de todos sus ciudadanos. El espacio público urbano se suele considerar un lugar de intercambio basado en la igualdad y el respeto mutuo, incluso por gente que apenas tiene una idea aproximada de lo que significa el concepto de la esfera pública de Habermas.

De aquí que los términos «europeo», «público» y «urbano» utilizados en el título del premio no sean neutrales sino que estén cargados de significados ideológicos y reflejen todo tipo de esperanzas y deseos, proyecciones y especulaciones.

 

La mayoría de los proyectos presentados al premio durante sus más de dos décadas de existencia encajan en estos ideales democráticos e inclusivos, compartidos por gobiernos municipales y nacionales de signo político muy diverso. Los pocos proyectos que cuestionan abiertamente el statu quo no se oponen a esos ideales, sino que más bien abogan por una aceptación más radical de la capacidad de integración de la sociedad abierta.

 

Pero con el auge de las tendencias antidemocráticas, el silogismo de que el espacio público es un lugar bien diseñado y bien intencionado ya no puede aplicarse en todos los casos. Los espacios públicos pueden estar bien diseñados pero tener malas intenciones. O estar bien diseñados pero contar con diseñadores caprichosamente cómplices con el mantenimiento de valores políticos que no son los suyos mientras piensan equivocadamente que la tolerancia represiva los exime de obligaciones. Y todo lo que es aplicable a los demás, obviamente también lo es para el jurado de un premio como este. Sin querer invocar el cliché de las tumbonas en cubierta, el Titanic y el iceberg, diría que en un momento en que peligran las ideas de sociedad abierta popperiana y de esfera pública habermasiana, un jurado se arriesga a volverse irrelevante, y puede que incluso cómplice.

 

Un buen espacio público puede generar, apoyar y celebrar la mejora de la vida de la ciudad y de sus ciudadanos, pero solo si las condiciones políticas son favorables. En caso contrario, un espacio público puede seguir teniendo un aspecto estupendo, pero su atractivo estético puede fácilmente conducirnos a la complacencia ante una realidad social desagradable que la belleza mantiene oculta.

 

Mientras valoraba las obras presentadas al premio de este año, empecé a preguntarme si los aspectos positivos que leía en las imágenes y los textos explicativos presentados no eran más que meras declaraciones de buenas intenciones.

 

En el clima político actual, quizá la suspensión de la incredulidad ya no encuentre justificación alguna. Después de todo, la malla formada por la ciudad, el espacio público, lo abierto y la libertad, que parecía tan robusta en Europa, puede ser en realidad más frágil de lo que nadie está dispuesto a admitir en este momento histórico en el que la continuidad del proceso hacia la igualdad y la equidad ha dejado de estar tan clara en el continente. Estos tiempos reclaman por tanto más implicación, y si el Premio ya no puede permitirse seguir siendo una mera celebración, deberá convertirse también en un gesto de defensa del espacio público.

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