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6 julio 2020

La normalidad del espacio público

¿Cuáles son las respuestas de diseñadores y arquitectos a la crisis de la pandemia en relación con los espacios públicos? El crítico de arquitectura Hans Ibelings constata que el debate sobre las implicaciones espaciales del confinamiento que se ha centrado principalmente en el hogar y el lugar de trabajo y que el espacio público ha estado presente de manera marginal. Analiza las propuestas que han surgiendo últimamente tanto en los medios especializados, como a través de concursos de ideas o de varias iniciativas municipales y apunta las tendencias de la transformación urbana vinculadas a la reactivación de los espacios públicos sostenibles e inclusivos.

Arquitectos, urbanistas y paisajistas transmiten optimismo, aunque solo sea porque profesionalmente están seguros de que su trabajo puede hacer que el mundo se convierta un lugar mejor. El optimismo en el diseño también es fundamental para las intervenciones en el espacio público, aunque tiene un significado diferente desde que apareció la pandemia.

Las respuestas de los diseñadores a la crisis de la pandemia se pueden dividir, a grandes rasgos, en tres categorías. Un grupo de diseñadores dan por descontado que esto pasará, y que volveremos a un mundo no muy diferente del de antes de la pandemia, en el que la gente interactuará en público de la misma manera que antes. Estos diseñadores principalmente van aguantando la crisis, y mientras tanto confeccionan proyectos que no difieren demasiado de los que habrían diseñado hace un año.

Otros creen que habrá una «nueva normalidad», y pasan el tiempo inventando frenéticamente nuevas maneras de adaptar los espacios públicos a las nuevas circunstancias, contradiseñando intuitivamente para mantener a las personas separadas las unas de las otras. Un tercer grupo cree que la pandemia será una oportunidad para incorporar cambios más fundamentales en las políticas urbanas, y que esto comportará una «normalidad diferente».

En los últimos dos meses, la pandemia ha comportado principalmente cambios específicos para mantener la distancia entre personas. Pero también cada vez hay más propuestas para reconfigurar los espacios públicos urbanos de manera más permanente, porque se supone que el virus influirá en nuestras vidas cotidianas durante un periodo de tiempo imprevisible, para crear lo que ya se ha dado en llamar «la sociedad de los dos metros». Un ejemplo es el proyecto «Where We Stand», una iniciativa de David Michon con la agencia Ask Us For Ideas, que invitó a quince empresas de diseño, principalmente de Europa y de los Estados Unidos, a «ayudar a reimaginar los espacios públicos para adaptarlos a las nuevas demandas de distancia social que debemos exigirles mientras abordamos una pandemia global. Una vez elegido un espacio público, cada agencia evita el lenguaje políticamente correcto de cautela y restricción, y descubre formas bonitas de fomentar una conducta segura y reocupar nuestros parques, calles, plazas y campos de deportes con una sensación de comodidad, alegría e incluso celebración».

La mitad de las propuestas de «Where We Stand» se basan en objetos para crear islas en los espacios, para agrupar y dividir a las personas. Los demás proyectos son básicamente intervenciones planas, con formas, puntos y líneas pintados (en un caso virtualmente) con la misma finalidad de gestionar las multitudes y mantener las distancias. Sorprendentemente, estas propuestas planas, que ofrecen un aspecto fantástico cuando se observan desde un punto de vista elevado, salen de la misma caja de pinturas y cintas que los propietarios de las tiendas han utilizado últimamente para improvisar colas de compradores delante de sus establecimientos.

A pesar del lenguaje generoso que los acompaña, la mayor parte de los quince proyectos de «Where We Stand» son más bien prescriptivos de cómo se supone que se tienen que comportar las personas en estos espacios públicos. En este sentido, estos proyectos no difieren demasiado de la mayor parte de las demás respuestas a la pandemia, que tampoco dejan demasiado al azar Esta tendencia, que ya se había iniciado mucho antes de que empezara la pandemia, se ha visto reforzada con el coronavirus en un dominio público cada vez más vigilado y que ofrece cada vez menos espacio para conductas atípicas.

«Where We Stand» es excepcional porque se centra en el espacio público, que, en cambio, solo está presente de forma marginal en el debate sobre las implicaciones espaciales del confinamiento, que se centra principalmente en el hogar, el lugar de trabajo, y el hogar como lugar de trabajo.

La web de noticias Dezeen se puede utilizar como muestra del clima que se vive en el mundo del diseño. El 27 de enero publicó su primer artículo relacionado con la Covid, con el título «China construye en diez días un hospital de mil camas para tratar el coronavirus». Desde entonces, este sitio web ha colgado casi cincuenta piezas cada mes, al principio casi siempre sobre ideas de edificios de emergencia, accesorios médicos impresos en 3D y material de protección, seguidas de gran cantidad de anuncios de cancelación de actos relacionados con el diseño, todo tipo de herramientas de distanciamiento social «instagramables» y a menudo bastante absurdas, reflexiones sobre el teletrabajo, nuevos diseños de oficina, predicciones contradictorias sobre mundos que nunca volverán a ser los mismos, nuevas distribuciones de los asientos de los aviones, necrológicas de diseñadores que han muerto de coronavirus, y películas para ver durante el confinamiento.

El espacio público ha recibido relativamente poca atención. Dejando de lado un artículo sobre «Where We Stand», Dezeen publicó, por ejemplo, un parque infantil (diseñado por Rimbin) que permite que dos niños utilicen un columpio de palanca mientras cada uno está dentro de una burbuja protectora; un Parc de la Distance, que es como un laberinto, de Christian Precht, y un proyecto residencial en Tirana, diseñado por Stefano Boeri Architetti, que llegó justo a tiempo para ser cualificado de postpandémico y resistente al virus (y ecológico, socialmente diverso, a prueba de terremotos y muchas cosas más).

Dezeen también publicó una visión general sobre cómo diversas ciudades europeas y norteamericanas están «elaborando planes para quitar espacio de calle a los coches, en favor de ciclistas y peatones, como reacción a la pandemia del coronavirus». A pesar de que estas propuestas se enmarcan como una reacción inmediata a la crisis, en realidad forman parte de un esfuerzo más amplio y duradero para hacer las ciudades más sostenibles. La pandemia se ve como una oportunidad de dar un empujón adicional a la reducción del tráfico, y la promoción de alternativas más ecológicas.

El artículo habla, por ejemplo, de las «Strade aperte» (calles abiertas) de Milán, un proyecto que la ciudad ha desarrollado con la colaboración de Bloomberg Philantropies, la división sin ánimo de lucro de Bloomberg Associates. «Strade aperte» es esencialmente lo mismo que la colaboración anterior a la pandemia entre Bloomberg Associates y el Ayuntamiento de Milán sobre las llamadas «Piazze aperte» (plazas abiertas), que pretendían transformar «espacios de calle infrautilizados en plazas sociales llenas de vida en beneficio de los residentes y los negocios locales». Ambos proyectos son una reproducción más o menos fidedigna de la estrategia utilizada para la transformación de Times Square, con el urbanista danés Jan Gehl como asesor, que se llevó a cabo cuando Bloomberg era alcalde de Nueva York.

Muchos de los proyectos de Bloomberg Associates proponen una «Starbucksización» similar del espacio público, y aplican la misma fórmula tanto en Ciudad de México como en Detroit o Atenas, y a menudo acaban decorándolo con las mismas mesas y sillas de bistró francés, de colores brillantes, que se colocaron en Times Square: reducción del espacio para la circulación y el estacionamiento de vehículos, marcas de carriles bici sobre el asfalto, aceras más amplias y pintadas, y más mobiliario urbano y plantas.

En concreto la pintura se ha convertido en una herramienta cívica habitual para marcar el cambio. Es una manera literalmente superficial de hacer que las ciudades sean más habitables. A principios de este siglo, había una idea similar detrás del proyecto de Edu Rama, alcalde de Tirana, de pintar los edificios con colores brillantes, que fue, según la charla TED de Rama, un medio para «recuperar la ciudad».

En el caso de Milán (y otros proyectos de Bloomberg), el color se utiliza para delimitar el espacio para los peatones y los carriles bici, y se basa en una práctica venerable —y predominantemente europea— que ha encontrado un argumento adicional en las precauciones que la gente debe tomar durante la pandemia: las aceras más amplias permiten a la gente mantener una distancia de dos metros, los carriles bici son necesarios debido al mayor número de ciclistas que quieren evitar el transporte público. Pero, en esencia, es la continuación de una estrategia mucho más antigua de reconquistar el espacio urbano y quitárselo al coche, como hace ya décadas se implantó en ciudades orientadas a las bicicletas, como Ámsterdam y Copenhague, o ciudades cada vez más bike-friendly (bici-amigables) como Barcelona, París, Viena, Amberes y Oslo.

La pandemia no es un punto de inflexión en los planteamientos cívicos del espacio urbano y la movilidad, sino una oportunidad para que las ciudades aceleren lo que ya tenían sobre la mesa. Pero no sin retos. El transporte público, que hace ya tiempo que se promueve como alternativa viable a los coches privados, ha caído en desgracia desde que empezó la pandemia. El bus, el tranvía, el metro y el tren han perdido pasajeros y momentáneamente no parecen propuestas demasiado atractivas para desterrar el uso del coche. En cambio, la bicicleta es cada vez más popular y ofrece un argumento convincente a favor del desarrollo de más infraestructuras ciclistas, nuevas y mejores. De hecho, esto podría tener un efecto duradero en la movilidad urbana y la calidad de vida, ya que la disponibilidad de una buena infraestructura para bicis anima a la gente a utilizar este medio más a menudo.

Está por ver si la pandemia cambiará a largo plazo la ciudad europea, y cómo lo hará. Depende en gran medida de factores que quedan fuera del alcance de los diseñadores del espacio público, como, por ejemplo, cuántas tiendas, almacenes, bares y restaurantes sobrevivirán, y si el turismo se recuperará. Si el confinamiento ha demostrado algo es, precisamente, hasta qué punto la vida de la ciudad, y de los espacios públicos depende del consumo y del comercio.

Con todas las nuevas normas, escritas y no escritas, que prescriben la manera de comportarse y de interactuar con los otros, el uso de los espacios públicos ahora está mucho más regulado y los hace mucho más previsibles que antes. En cualquier caso, la pandemia ha robado a los espacios públicos una parte de su uso habitual y muchos de sus imprevisibles placeres accidentales. Lo que demuestra que aquello que se da por supuesto, como es el carácter y el ambiente de los espacios públicos, solo está determinado parcialmente por su mobiliario, y depende mucho más de cómo podemos y queremos utilizarlos en realidad.

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