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5 January 2007

La rehabilitación del centro histórico de La Habana: Una obra esencialmente humana


Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona 2004 Conferencia pronunciada en el marco del debate "Traumas urbanos. La ciudad y los desastres". CCCB, 7-11 julio 2004

Notas introductorias

Narrar la historia de lo acontecido en el Centro Histórico de La Habana, en lo referente a su rehabilitación, es hacer un viaje en la memoria, imprescindible para la comprensión de nuestra labor actual.

El camino recorrido ha sido fértil y profuso en cuanto a la interacción con diferentes experiencias de otras latitudes, pero lo hecho es, sobre todo, el resultado de lo que va exigiendo la cotidianeidad, la búsqueda de soluciones y alternativas propias, novedosas, en unos derroteros que implican aprender haciendo, una práctica que nos aleja de la tentadora e inoperante «torre de marfil», refugio sólo de teorí­as.

Finalizada la década de los setenta, sensibilizados con el patrimonio de la ciudad, comenzamos a realizar una obra de promoción para crear entre la propia ciudadaní­a el sentimiento de apropiación de aquellos valores difí­ciles ya de distinguir en un contexto de degradación generalizada. La mayorí­a de los inmuebles habí­an sido sometidos a un largo y constante proceso de transformación tras el éxodo que, a mediados del siglo XIX, protagonizaron las clases pudientes hacia otras zonas que más tarde serí­an el ensanche natural de la ciudad. Se organizaron conferencias y recorridos, se escribieron artí­culos en la prensa plana, se hací­a una fiesta de la imaginación ante un hallazgo arqueológico.

Con la declaración del Centro Histórico como Monumento Nacional, en 1978, el inicio de los planes de restauración en 1981, y un año después la inclusión en la lista del Patrimonio Mundial, se inició una etapa en que, no ajenos a una tendencia internacional, veí­amos el patrimonio cultural y lo relativo a su salvaguarda bajo un prisma de mecenazgo, es decir, la necesidad de recuperar los valores heredados en su dimensión sociocultural. Los grandes monumentos eran restaurados y destinados principalmente a museos y otros servicios de la cultura, como actividad que los ennoblecí­a y devolví­a su prestigio, perdido a lo largo de décadas de abandono y marginalización. Más adelante fuimos incorporando la temática económica en la salvaguarda patrimonial, donde el territorio adquiere la dimensión de activo económico capaz de autosustentar su propia recuperación.

Todo ello ha sido posible a partir de una premisa fundamental: somos nosotros, los cubanos, los responsables de la salvaguarda de nuestro patrimonio, para lo cual hemos creado uno de los mecanismos de gestión de la rehabilitación más novedoso, que ha sido reconocido por la UNESCO y el PNUD como una ví­a para responder alentadoramente a las expectativas de desarrollo humano, directamente vinculado a la protección de los bienes culturales, que plantean los organismos internacionales.

Antecedentes

La urgencia de proteger edificaciones y monumentos históricos, de profundizar y divulgar la cultura y la nacionalidad cubanas, fueron demandas del núcleo de intelectuales de vanguardia de la Cuba de los años treinta del siglo XX. Muchas batallas contra la desidia oficial se libraron de manera puntual. Una de las mayores victorias de aquel movimiento liderado por el doctor Emilio Roig de Leuschenring serí­a, en 1938, la fundación de la Oficina del Historiador, institución que representarí­a a partir de entonces la cultura habanera e impulsarí­a la nacional y americana en su sentido amplio, o sea, continental.

La comprensión actual de los valores del Centro Histórico y la necesidad de su conservación se deben también, en gran medida, a la existencia de esta Oficina, de la cual nacieron los pilares de la protección al patrimonio en su í­ntima relación con el concepto de identidad nacional. Tras la desaparición del historiador Roig, la obra de la institución continuó a partir del compromiso de su ejemplo personal.

Reconocida plenamente por el Estado cubano, la Oficina alcanzó una nueva dimensión en la mañana del 11 de diciembre de 1967, cuando se me encomendó la misión de coordinar, al frente de ella, las labores de restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales y casa municipal, en la Plaza de Armas. En aquel momento, lejos estaba de suponer que asistí­a a un acto trascendental de mi vida. La ciudad verdadera se levantaba ante mí­ como un imponente conjunto histórico.

A partir de entonces, siguiendo la huella trazada por los anteriores conservadores, arquitectos, historiadores, polí­ticos de lúcida postura ante el futuro, compañeros nuestros en la labor creativa, iniciamos un trabajo compartido por otras instituciones y organismos del Estado y de la sociedad cubana. En aquellos años fue propuesto el expediente para declarar el Centro Histórico de la capital Monumento Nacional, distinción otorgada en 1978.

En 1981, con la decisión de asignar importantes presupuestos a la restauración del Centro Histórico, la Oficina es designada para conducir la rehabilitación con una perspectiva urbana. La práctica de concepciones cientí­ficamente fundamentadas quedó avalada por el reconocimiento que un año después hizo la UNESCO del Centro Histórico de La Habana y a su sistema de fortificaciones como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Esta conquista abrió nuevos horizontes al programa de Revitalización Integral de La Habana Vieja, que es hoy un punto de privilegio en la concertación de intereses, responsabilidades y en las relaciones culturales que sostiene Cuba con el mundo.

Aunque en un principio nuestra formación como intelectuales puros nos inclinaba a ocuparnos preferentemente de los museos, monumentos y sitios arqueológicos desde los gabinetes o laboratorios, la vida nos llevó a considerar que en nuestro espacio urbano, poseedor de un vasto legado patrimonial, era imposible actuar en los campos de la preservación, si ello no conllevaba una vocación de desarrollo social y comunitario. Entonces, a la ardua tarea de conservar, restaurar y exponer, agregamos la participación ciudadana, sin cuya sensibilidad no hubiera sido posible proclamar los valores culturales de La Habana como la coraza que nos cubre, la profecí­a para materializar la gran utopí­a del desarrollo integral.

Así­ se sucedieron los llamados planes quinquenales de restauración que, a partir de una estrategia de recuperación de los espacios públicos, iban cambiando la imagen de nuestras principales plazas y marcando las lí­neas de lo que serí­a la rehabilitación patrimonial en la ciudad antigua.

Las acciones se concentraron en las principales plazas (de la Catedral y de Armas) y su entorno, así­ como en los ejes de interconexión Oficios, Mercaderes, Tacón y el principio de Obispo. Se emprendió, también, la restauración del primer claustro e iglesia del antiguo Convento de Santa Clara, inmueble de incalculable valor que albergarí­a el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museologí­a, creado en 1982 como un proyecto PNUD/UNESCO para el estudio y protección del patrimonio cultural cubano. El antiguo Colegio de San Francisco de Sales, y las Casas de Martí­n Aróstegui, de la familia Franchi Alfaro, de Beatriz Pérez Borroto y de Lombillo en la Plaza Vieja, se sumaban a los ya restaurados Palacios del Marqués de Aguas Claras, Conde de Casa Bayona y Conde de Jaruco. La recuperación de las fortificaciones de los Tres Reyes del Morro y de San Carlos de la Cabaña constituyó una obra titánica que regaló a la ciudad un parque monumental, rico en historia y tradiciones, sede de multitudinarios eventos culturales.

A inicios de los años noventa sobrevino la caí­da de los paí­ses del este europeo, y, con ello, la terrible crisis que situó al paí­s en una de las peores etapas que haya vivido en lo socioeconómico en las últimas décadas.

Comprendimos que más allá de nuestro deseo de continuar el camino comenzado, nos hallábamos obligados a limitarnos al campo de las pesquisas arqueológicas y de archivo, y a otras especialidades que no requerí­an el empleo de recursos deficitarios y costosos. Nos atuvimos entonces a esa estrategia que servirí­a mucho de preparación, mientras tratábamos de hallar una fórmula para reiniciar, en el más breve tiempo posible, nuestro paciente y callado menester. Nada se detuvo, pues con cautela y eficiencia proseguimos al ritmo que nos permití­an las circunstancias.

Un proyecto integral y autofinanciado

En aquellos momentos difí­ciles para la nación, en los primeros meses de 1993, el presidente cubano Fidel Castro mostró vivo interés por hallar una fórmula que permitiese preservar el Centro Histórico de La Habana y dar continuidad a la obra iniciada la década anterior. Durante dí­as y semanas revisó y anotó el proyecto de un decreto ley para ser promulgado, solicitando de nosotros toda la información necesaria y nuestros propios criterios al respecto. Así­, en octubre de aquel año el proyecto quedó listo para su presentación al Consejo de Estado. La reunión se efectuó el jueves 21 de octubre por la noche, y tuve el honor de ser ponente. Tras haberse escuchado el criterio de los asistentes, fue promulgado el Decreto Ley 143, que declaró el Centro Histórico «Zona priorizada para la Conservación». De esa forma, la Oficina del Historiador obtuvo la autoridad que le permite ejecutar una gestión autofinanciada e integral, y propicia la agilidad en la obra rehabilitadora.

Inmediatamente emprendimos a la tarea de adecuar a los nuevos tiempos la estructura y las bases fundacionales de la Oficina. Cobraron vida, entonces, las nuevas funciones de la institución, que posibilitaron desarrollar un proyecto integral y autofinanciado de rehabilitación del patrimonio.

Nació el Plan Maestro, que como su nombre indica, ha conducido los estudios del Centro Histórico desde el punto de vista urbaní­stico, sociológico y económico, pronunciándose técnicamente acerca del desarrollo integral del territorio y otras especificidades dentro en la compleja relación entre monumentos y ciudadaní­a. Sus reflexiones y cúmulo de experiencias incorporaron también los antecedentes que suponí­an las ordenanzas dictadas por Alonso de Cáceres en 1574, cuando, a solicitud del cabildo habanero, la Real Audiencia de Santo Domingo pronunció un conjunto de normas que de una u otra forma han estado vigentes por más de cuatro siglos. Ellas vivifican el legado municipalista y caracterizan nuestra proyección actual.

Una nueva legislación gubernamental, en noviembre de 1995, el Acuerdo 2951, proclamó el Centro Histórico «Zona de alta significación para el turismo». Se ampliaron entonces las facultades de la Oficina en lo concerniente a la administración de la vivienda, y se creó una inmobiliaria para arrendar locales y contribuir a la nueva gestión del patrimonio.

El modelo de gestión

A la proyección sociocultural que vení­a desarrollando la Oficina, se sumó, entonces, una visión económica que posibilitarí­a acelerar un proceso que demandaba agilidad por la í­ndole y gravedad de los problemas acumulados. Las nuevas circunstancias locales, nacionales y mundiales hací­an necesaria una eficiencia mayor en el aprovechamiento de los recursos, y una mejor organización con la intención de multiplicar y provocar sinergias que garantizaran la sostenibilidad de una obra que no sólo comprende la recuperación de los edificios, sino que también implica y va dirigida, principalmente, a los habitantes de La Habana Vieja y de toda la ciudad.

De manera que la evolución natural de los conceptos, la variación del escenario nacional e internacional, los avances en el campo de las ideas y de la economí­a, la revolución tecnológica y el proceso de globalización creciente modificaron los enfoques de la acción. Usamos mecanismos novedosos dentro del contexto cubano, que tuvieron en cuenta elementos de la economí­a moderna, conducidos por los principios del desarrollo social y cultural sostenible.

Fueron trazadas las premisas inaplazables en la aplicación de nuestro nuevo modelo de gestión: voluntad polí­tica al más alto nivel que propicia la rehabilitación, reconocimiento de una autoridad única institucional para conducir el proceso de rehabilitación, existencia de un fuero legal especial que ampara jurí­dicamente la acción de la institución, potestad para cobrar impuestos como contribución para la rehabilitación, capacidad para planificar el territorio estratégica e integralmente, descentralización de los recursos financieros generados en el Centro Histórico, y disposición de un fondo inmobiliario propio.

Hoy, la Oficina del Historiador cuenta con una estructura que garantiza la realización del ciclo completo de la recuperación patrimonial. Posee un conjunto de direcciones especializadas, departamentos y empresas capaces de conducir el proceso desde la planificación integral estratégica en su sentido ambientalista más amplio, que incluye economí­a, sociedad, territorio y hábitat, hasta la recuperación fí­sica de inmuebles y espacios urbanos, comprendida la organización y conducción del proceso inversionista que lo garantiza. Asimismo, se cuenta con la capacidad para desarrollar un fuerte programa sociocultural y económico, en virtud de fomentar el desarrollo humano en su concepto más amplio. Finalmente, la estructura actual garantiza también la administración del sector turí­stico, inmobiliario y terciario para la captación de los recursos financieros que hagan posible la autofinanciación de la obra.

Así­, fue creada la compañí­a Habaguanex, que reivindicó el nombre del mí­tico cacique protagonista del encuentro con los conquistadores españoles, según consta en las cartas de relación, y en cuyo nombre parece estar la raí­z etimológica del nombre Habana. A dicha compañí­a le ha correspondido crear una creciente estructura de hoteles, restaurantes, mercados y otros servicios que tienen por objetivo colectar fondos para emplearlos de forma directa en el proceso de restauración. Gracias a ello, han cobrado nueva vida antiguos hoteles como Florida, Ambos Mundos, Santa Isabel, Telégrafo, así­ como un conjunto de pequeños hostales en mansiones y palacios que han recobrado su esplendor antaño perdido.

Con los ingresos provenientes de la explotación del turismo, de los recursos terciarios e inmobiliarios, del cobro de servicios culturales y de los impuestos a empresas productivas enclavadas en el territorio y a trabajadores por cuenta propia, se han fomentado significativos niveles de inversión en el área, sobre todo, en la recuperación de edificios de valor patrimonial destinados a las propias instalaciones turí­sticas, programas de viviendas y otras obras sociales.

También se rehabilitan edificaciones para renta de apartamentos de alto standing y oficinas. En este tipo de inversiones interviene la compañí­a Inmobiliaria Fénix de la Oficina del Historiador, cumpliendo el doble propósito de rescatar monumentos arquitectónicos significativos que, a su vez, posibiliten la sostenibilidad del proceso rehabilitador, según la estrategia general. En este caso, son paradigmas los edificios Emilio Bacardí­, la antigua Lonja del Comercio y el Gómez Vila, en la Plaza Vieja.

El nuevo modelo de gestión de recursos ha propiciado que, en las últimas dos décadas, el conjunto de bienes y servicios del Centro Histórico produjera como ganancia 150 millones de dólares invertidos en el propio territorio y en obras realizadas en otras partes de la ciudad. De esa forma, el 45 % de esos recursos se destina a proyectos productivos, el 35 % a programas sociales y el resto a colaborar con otros sitios de La Habana y la nación, con lo cual reafirmamos que sin Patria no hay Centro Histórico.

El crecimiento económico ha sido progresivo, y cada año se prepara el presupuesto del siguiente, teniendo en cuenta la producción del anterior. De estos planes de inversión participa además el Gobierno municipal, donde se analizan, de acuerdo con las estrategias de desarrollo, las necesidades y urgencias para preparar un plan que equilibre los destinos de los recursos.

El turismo: fuente de desarrollo

Tenemos el criterio de que la hostelerí­a llamada a triunfar, ahora y en el futuro, es la que logre dar atención personalizada a los individuos. Los grandes hoteles serán necesarios en otros espacios urbanos, pero quienes vienen a los centros históricos, quieren exactamente lo que nosotros mostramos: belleza, memoria, confort, pureza y seguridad.

Debemos liberarnos de la servidumbre de las grandes tour operadoras, y ser capaces, a través de los medios de comunicación y del prestigio de nuestro servicio, de captar los clientes que vienen especí­ficamente para buscar nuestra vieja Habana. Considero una indignidad cobrar precios ridí­culos por tanto trabajo y tanta memoria acumulada. El lema de nuestra compañí­a turí­stica Habaguanex, que ya posee 16 magní­ficos hoteles y hostales, tiene que ser un viejo refrán popular cubano: «el que quiera azul celeste, que le cueste». Con esa lógica pragmática, defendemos la probabilidad de cambiar el entorno, de hacer realmente una obra social profunda, que es nuestro compromiso, nuestro mandato, para eso estamos creados: haber hecho coincidir las excelencias del arte, la búsqueda de la memoria con el compromiso firme de poder rehacer, reconstruir el tejido urbano, mejorar las condiciones de vida y salvar La Habana Vieja para sus habitantes.

Podemos citar el ejemplo de las familias en la Plaza Vieja, que volvieron a ocupar - después de tres años de intensa restauración -, sus preciosos palacios y edificios. Eso sólo puede pasar en un proceso revolucionario, solamente puede ocurrir en Cuba. En todas las ciudades históricas que conozco cuando se modifica el uso de los lugares y se alteran los precios de los terrenos y del edificio son otras clases las que vuelven como conquistadoras a ocupar lo que una vez abandonaron. En La Habana no es así­. Hemos tenido también el valor polí­tico de hacer nuestra obra transformadora trayendo a los turistas a vivir a un Centro Histórico habitado, sin temor ninguno, a dialogar y a convivir en el seno de una comunidad, porque pensamos que nuestra idiosincrasia nacional es proclive al acercamiento entre las personas. Tal vez el mestizaje que nos define, la condición insular que en épocas pasadas limitaba la comunicación, generó en nosotros esa curiosidad permanente, ese sentido tan propio de la hospitalidad, que hace que el visitante reconozca como principal virtud del paí­s a su gente.

Frente al impacto que supone la avalancha turí­stica, los rasgos de identidad deben protegerse y al mismo tiempo estimularse, en el sentido de propiciar un ambiente donde las familias, los jóvenes, los profesionales, la población, se relacionen de forma natural con los visitantes. De esa manera, frente a uno de los más prestigiosos hoteles está el hogar materno infantil, frente a la preciosa inmobiliaria está la más bella escuela, frente a la más bella escuela, el espléndido hotel, y cerca de todas las instituciones culturales, ésa es la doctrina. Si hubiésemos hecho lo contrario habrí­a sido fácil construir una Disneylandia en La Habana Vieja, un parque temático donde se habrí­an distribuido uniformes y disfrazado a la gente del barrio, cantando falsos pregones por las esquinas y vendiendo recuerdos. Todo eso habrí­a sido fácil. El desafí­o verdadero está en salvar el patrimonio de la humanidad, y el principal patrimonio es la humanidad misma. Nos alejamos, pues, de tendencias folkloristas y apostamos por un clima de integración y mutuo respeto y enriquecimiento espiritual.

Una obra esencialmente humana

Hoy la obra de rehabilitación ha vencido una buena parte del camino impuesto en los primeros tiempos, dejando a su paso conjuntos y sitios urbanos totalmente reanimados. Las acciones realizadas han mejorado las condiciones de vida de la población mediante cambios que favorecen el medio ambiente, el desarrollo cultural y turí­stico, la revitalización de los valores históricos y arquitectónicos, y la accesibilidad y centralidad del territorio.

Los programas sociales diseñados en el paí­s cobran en el Centro Histórico un matiz especial. La Habana Vieja es, por excelencia, uno de los enclaves donde se verifica de inmediato la voluntad polí­tica de propiciar el bienestar social. Sus escuelas, museos, bibliotecas y centros culturales cumplen, más allá de sus funciones, un papel movilizador y educativo de la comunidad en su entorno, con el fin de propiciar a los habitantes de la ciudad antigua un modo digno de vivir. Niños, gestantes, discapacitados, ancianos, madres solteras, o sea, los sectores más vulnerables de la población residente, encuentran apoyo aquí­ para sus situaciones particulares. Son atendidos problemas sociales de alta sensibilidad, y se hace hincapié en el bienestar de las familias, núcleo principal de la sociedad.

De igual manera, los habitantes incrementan sus ingresos, al tener prioridad en los puestos de trabajo creados en el sistema empresarial de la institución, cuya cifra asciende a más de once mil empleos directos, asociados fundamentalmente al turismo y al proceso de restauración, desde la escala de los edificios hasta la de los bienes museables.

Se ha destinado un volumen importante de los recursos generados a financiar la rehabilitación y el funcionamiento de centros que destacan por su sensibilidad social, como el Hogar Materno Doña Leonor Pérez, la Clí­nica de Rehabilitación Infantil Senén Casas Regueiro, el Centro Geriátrico Santiago Ramón y Cajal, las viviendas protegidas para adultos mayores, así­ como otras edificaciones con fines sociales, por ejemplo el Centro para la Tercera Edad, que tendrá su sede en el antiguo Convento de Nuestra Señora de Belén.

El proceso de rehabilitación de la Plaza Vieja, con los inconvenientes de ruidos, polvo y trasiego de camiones y otros equipos, nos obligó a reubicar, temporalmente, en un museo, las aulas de la escuela primaria Ángela Landa. Así­ nació, de la praxis cotidiana y no de un laboratorio, una experiencia extraordinaria, reconocida como modélica: el programa de los museos abiertos a la educación primaria y posteriormente a la secundaria, lo cual rompió prejuicios elitistas en cuanto al uso del Patrimonio. La creación de las llamadas aulas-museos significó la apropiación por la infancia de los bienes culturales, prácticamente por ósmosis. Al recibir las clases en dichas aulas, los alumnos aumentan el interés por los museos, mejoran la disciplina, la concentración y el rendimiento docente, y avanzan en su educación estética y formal. Los maestros consideran este plan un importante logro cultural y pedagógico; una ayuda para el desenvolvimiento de su labor y una ví­a para que los niños atiendan mejor.

La imperiosa necesidad de restaurar las escuelas de la zona mantiene activo el sistema, como tránsito necesario de los niños, aunque también es aprovechado como estí­mulo cuando éstos, provenientes de escuelas que no requieren reparación, pasan perí­odos de dos o tres meses en la institución cultural.

Ya han sido beneficiadas, con acciones constructivas, las escuelas: Ángela Landa, Mariano Martí­, Carlos Manuel de Céspedes, Israel Cabrera, José Martí­, y más recientemente, Concepción Arenal y Viet Nam Heroico, esta última para niños con problemas de conducta, y cuya reconstrucción incluyó la reanimación de toda la zona del entorno del plantel. Actualmente se interviene en el colegio El Salvador, fundado por el insigne pedagogo cubano José de la Luz y Caballero.

Además de rescatar del deterioro inmuebles de gran valor patrimonial, el mejoramiento de las condiciones fí­sicas y ambientales de los centros educacionales influye indiscutiblemente en un aprendizaje de mayor calidad, y despierta el amor y el sentimiento de pertenencia a sus escuelas de estudiantes y profesores. Se ha corroborado que sienten mayor placer por asistir y permanecer en las instituciones docentes una vez revitalizadas, al tiempo que aumentan las iniciativas para el desarrollo de actividades escolares y extraescolares. La Oficina del Historiador contribuye también al buen desempeño de la labor educativa en el territorio, ya que aporta material escolar.

La formación de jóvenes entre 18 y 21 años como operarios en labores propias de la restauración ha sido otra necesidad que hemos podido cubrir a través de la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos. Ello garantiza la fuente de trabajo a un grupo numeroso de pobladores en nuestras empresas de restauración.

Por otra parte, el Centro Estudiantil José de la Luz y Caballero provee a niños y jóvenes de un lugar confortable donde sumarse a Cí­rculos de Interés para desarrollar sus capacidades, sensibilidad y canalizar inquietudes, a la vez que se educan y adquieren conocimientos de artes plásticas, artes aplicadas, danza, literatura, ecologí­a y filatelia.

La rehabilitación del Anfiteatro de La Habana, con atractivos programas culturales, y la creación del parque de diversiones aledaño La Maestranza completan el universo de acciones dirigidas a este grupo humano.

Hoy mostramos la revitalización de hermandades entre amas de casa, jubilados y trabajadores por cuenta propia, agrupados en Bordadoras de Belén, Carpinteros y Zapateros de La Habana Vieja, los Plateros y Orfebres de San Eloy como ejemplos de organizaciones que obedecen a la lucha por el rescate de tradiciones y oficios afines, y que han posibilitado la integración de hombres y mujeres de diferentes edades, en torno a un objetivo común de ayuda mutua, solidaridad comunitaria y revitalización de su economí­a familiar, a la vez que realizan labores en beneficio de la comunidad. Esos grupos desarrollan, además, talleres en los que participan niños y jóvenes de entre 7 y 16 años, a quienes se les transmiten enseñanzas de educación formal, moral y cí­vica, mientras que se atienden de manera particular a los que afrontan problemas sociales y familiares.

Mantener el carácter residencial en nuestro espacio urbano, según los parámetros apropiados de habitabilidad y calidad de vida, en un ambiente donde se vincule directamente la población a la labor de restauración, es uno de los objetivos que más vigilamos, por lo que condiciona cada proyecto o acción ejecutada. Entre los criterios que dominan la acción revitalizadora, están impedir desequilibrios del sector terciario, la gentrificación, segregación espacial o exclusión social, la «congelación» de la zona históricamente habitada, y asegurar la sostenibilidad medioambiental.

Para lograrlo, desarrollamos un programa de reparación o creación de viviendas, dentro y fuera del municipio, según los imperativos económicos. Constituyen otros retos en el sensible tema habitacional las acciones emergentes en aquellas viviendas con serios problemas estructurales, la recuperación de edificaciones de interés social, los esfuerzos en bien de mejorar residencias situadas en el entorno de obras en ejecución, y el desarrollo del Sistema de las Residencias Protegidas para Adultos Mayores, cuya primera experiencia ya hoy es un hecho en la esquina de Muralla y Cuba.

Hoy se distingue un tercio del Centro Histórico rehabilitado que incluye zonas urbanas donde se manifiesta su tradicional esplendor. En ellas se han recuperado instituciones culturales y espacios para el desarrollo artí­stico, social y económico, y han sido recobrados los principales espacios públicos tradicionales, como lugares de encuentro y disfrute social, entre los que destacan las plazas de Armas, de la Catedral, de San Francisco y la Plaza Vieja, y gran parte de las calles que las enlazan, que han sido peatonalizadas.

Se ha remozado el borde costero, desde la intersección del Prado con Malecón, hasta la Iglesia de Paula, que ha vuelto a vincularse con la Alameda. Hemos restaurado monumentos que constituyen piezas de incalculable valor, como el Convento y Basí­lica Menor de San Francisco de Así­s y la antigua Iglesia de Paula, la Fortificación de San Salvador de la Punta y un enorme conjunto de mansiones y palacios que han sido rescatados de las ruinas.

Se trabaja, además, en ejes de alto valor, como el conjunto urbaní­stico del Paseo del Prado, y las calles Obispo y O'Reilly, un corredor de tradición comercial que, por su fuerte direccionalidad, enlaza la zona de las plazas principales con el Parque Central de La Habana.

A la vez que con nuestras acciones rehabilitadoras, restauradoras y de regeneración socioeconómica se salva una amplia zona perimetral del Centro Histórico, otras nos permiten avanzar hacia La Habana Vieja profunda, como las que se ejecutan en las calles Amargura, Teniente Rey y Muralla. Un hito importante de la labor actual se concentra en la Manzana 148, y su vecino antiguo Convento de las Teresas, así­ como todo lo que acontece alrededor del antiguo Convento de Belén y en el barrio de San Isidro.

Los resultados de esta obra esencialmente humanista que se gesta en el Centro Histórico de La Habana han merecido el reconocimiento, en primer lugar, de la ciudadaní­a, cuya apropiación es el mayor estí­mulo para quienes trabajamos a favor del patrimonio. No solamente la población residente, principal beneficiaria de lo logrado, aquilata los esfuerzos y resultados, el pueblo de toda la ciudad y el del paí­s también consideran como suyos los monumentos rehabilitados, sitios irreemplazables para nutrirse de historia y de cultura, al tiempo que reviven sus esperanzas de recuperar lugares históricos de otras zonas de la Isla. «Rutas y Andares», así­ hemos nombrado el programa a través del cual miles de familias cubanas han constatado, in situ, cada verano, la riqueza del proyecto revitalizador. A tal efecto, se abren al público los gabinetes de Restauración y Arqueologí­a, las oficinas de proyectos, obras en construcción, museos temáticos, etc.

Por sus responsables contribuciones en el campo de la arquitectura, el urbanismo, la sociedad, y el medio ambiente, la obra de rehabilitación del Centro Histórico de La Habana ha merecido premios y reconocimientos en certámenes nacionales e internacionales convocados por prestigiosas instituciones. Podemos mencionar el Concurso Internacional Somos Patrimonio, del Convenio Andrés Bello; los premios Dubai; el europeo de Arquitectura Philippe Rotthier, el UNESCO Ciudades por la Paz, Metrópolis, Stockholm Partnerships for Sustainable Cities; el de la Asociación para la Gerencia de Centros Urbanos, radicada en Valencia; el de la Real Fundación de Toledo, con la presidencia de honor del rey Juan Carlos de Borbón; y el Nacional de Restauración, otorgado al Castillo de San Salvador de La Punta.

Cooperación internacional

En la década de los ochenta, la restauración de los primeros inmuebles puso al descubierto una necesidad real: se requerí­a la presencia de personas especializadas que dominaran el delicado trabajo de recuperar los vitrales embellotados, las profusas rejas de balconaduras y guardavecinos, los muros de canterí­a, los alfarjes y artesonados de madera, los trabajos de yeserí­a, las pinturas murales milagrosamente conservadas bajo innumerables capas de encalado, elementos fundamentales de un discurso arquitectónico agredido por el paso del tiempo y por la insensibilidad de quienes nunca lo supieron apreciar.

Temprana fue la comprensión de España en este sentido, cuando en nuestro encuentro en Lanzarote con la arquitecta Marí­a Luisa Cerrillos, a principios de los noventa, se impulsó la idea de crear una Escuela Taller en el Centro Histórico de La Habana, a partir de un proyecto de cooperación, que, sin duda, sigue las huellas de la tradición que los monjes jesuitas desarrollaron cuando fundaron en la América colonial las primeras escuelas de oficios.

Vincular el aprendizaje y el trabajo es una doctrina ennoblecedora, reconocida anticipadamente por José Martí­ y aplicada en nuestra praxis cotidiana, por lo que la experiencia de la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos se precia de haber formado a cientos de jóvenes en oficios especializados de la restauración, a los que se les garantiza empleo, desde la etapa de la enseñanza, en el sistema de empresas de restauración que administra la Oficina del Historiador.

También la Agencia Española de Cooperación Iberoamericana colaboró en otros proyectos significativos; tal es el caso de la cofinanciación en la restauración del antiguo monasterio de San Francisco de Así­s, la Alameda de Paula, primer paseo intramural de La Habana y la Casa de las Cariátides, en el Malecón capitalino. Una participación notable tuvo también en la creación del Plan Maestro para la Revitalización Integral de La Habana Vieja, con la financiación del sistema de informatización del equipo y la asesorí­a inicial del arquitecto Fernando Pulí­n.

Agradecemos su ayuda a personas de diversas latitudes que nos visitan y ofrecen sus brazos solidarios, y a organizaciones como la Fundación Humanitaria Dr. Trueba, tan sensibilizada, desde un inicio, con la labor asistencial de las instituciones de salud fundadas en nuestro Centro Histórico.

Con el auge que tomó el proyecto autofinanciado e integral para la recuperación de La Habana Vieja a partir de 1994, nuestro Centro Histórico se ha convertido en un modelo para el mundo, fundamentalmente porque es el único sitio donde se enaltecen no sólo las virtudes arquitectónicas de las edificaciones, sino también, y en primera instancia, a los seres humanos que las habitan, con sus anhelos, necesidades y esperanzas.

Esa singularidad sustenta el reconocimiento a la obra, que se puede verificar en los premios otorgados por prestigiosas instituciones y en el extraordinario incremento y diversificación de los actores de la colaboración internacional a través de la cooperación descentralizada, bilateral y multilateral, con la participación de agencias de la ONU, gobiernos, regiones, ciudades, ayuntamientos, universidades y organizaciones no gubernamentales, entre otras entidades internacionales.

De esta manera se pluralizó la cooperación proveniente del Estado español, con la presencia del Ayuntamiento y la Diputación de Valladolid, la Diputación de Cádiz, el Ayuntamiento de Gijón, la Fundación del Patrimonio de Castilla y León, la Junta de Extremadura, el Principado de Asturias, la Generalitat de Cataluña y la Junta de Andalucí­a. Esas instituciones han participado junto a nosotros en la creación de servicios sociales de gran prioridad, como la Biblioteca Pública, el Centro Comunitario de Salud Mental, la Escuela de Enseñanza Primaria El Salvador, la recuperación de inmuebles en el Malecón Tradicional y la reconstrucción de viviendas sociales.

Por otra parte, se estrechan lazos con universidades y colegios profesionales, tales son los casos de la Universidad de Extremadura, con intercambios de experiencias práctico-docentes y la de Alicante, donde destaca el proyecto «Mirada Solidaria», para la donación de espejuelos graduados a grupos vulnerables. Con el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarros, se ha logrado sistematizar la producción de publicaciones y exposiciones especializadas en el ámbito de la rehabilitación urbana.

En 1997 irrumpe la colaboración italiana, junto a OPS/OMS, con el desarrollo del Primer Programa de Ayuda de Emergencia a La Habana Vieja, que tuvo una segunda edición con el Programa de Emergencia ante Derrumbes. La presencia de Italia se acrecienta notoriamente cuando en 1998 comienza a desarrollarse el Programa de Desarrollo Humano Local (PDHL), iniciativa auspiciada por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que involucra fondos multilaterales del gobierno italiano y otros gobiernos europeos, cuyo objetivo es multiplicar los recursos en temáticas de marcado interés social, especialmente las dirigidas a grupos vulnerables y que al mismo tiempo incide en la recuperación de valiosas edificaciones.

Las principales iniciativas de ese programa descentralizado, donde intervienen ciudades, provincias y regiones europeas, principalmente italianas y españolas, están dirigidas a beneficiar a sectores sensibles para la comunidad, la descentralización administrativa y el desarrollo de la economí­a local. Incide, sobre todo, en la sanidad, la educación y la vivienda.
A partir de ese concepto, las ciudades italianas Viareggio, Livorno, Arezzo, Rieti, Siena, Venecia, Bérgamo y Lucca, la Zona del Cuero, la provincia de Florencia y las regiones de la Toscana y del Lacio han intervenido en alrededor de 70 proyectos, entre los que destacan, en el tema de la salud: el Policlí­nico Principal de Urgencias, la Clí­nica de Medicina Natural y Tradicional, el Centro Comunitario de Salud Mental, la Casa del Abuelo de San Isidro, y la Residencia Protegida para la Segunda Edad de Cuba y Muralla; en el sector educacional, la Casa del Pedagogo, el apoyo a las escuelas primarias Quintí­n Banderas, Israel Cabrera y Carlos Manuel de Céspedes y a la secundaria básica Enrique Galarraga. La población residente en el territorio también se beneficia con proyectos como los talleres de Bombas de Agua y de Talabarterí­a, el alumbrado público del barrio de Jesús Marí­a, y el apoyo a la Empresa de Servicios Comunales Aurora y a los Sistemas de Información Geográfica del Centro Histórico y del Gobierno Municipal, entre otros.

Bajo este esquema de cooperación multilateral, se destaca la participación del Paí­s Vasco con la presencia del Ayuntamiento de Vitoria Gasteiz y Euskal Fondoa, en la rehabilitación del segundo inmueble para viviendas protegidas para la tercera edad dando impulso a la idea de sistematizar en el territorio este servicio, y del Centro Tecnológico Vasco LABEIN, para el desarrollo de tecnologí­as de diagnóstico de las edificaciones; también la colaboración de la Diputación y Ayuntamiento de Córdoba, a través de FAMSI, con el apoyo a los gabinetes de restauración de bienes muebles y de arqueologí­a, y el fortalecimiento a los servicios de atención a invidentes. Resalta además el aporte de COSUDE (Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación), destinado al teatro infantil en la Capilla de la Orden Tercera de San Francisco de Así­s, y a otros proyectos. Y los de Cuba Cooperación (Francia) y la región de Valonia (Bélgica), con los proyectos de la Fundación Ví­ctor Hugo y la rehabilitación del Palacio Conde Cañongo, para viviendas de interés social, respectivamente.

Gracias a la cooperación del Reino de Bélgica, a través del PNUD, el sensible sector de la vivienda en el Centro Histórico de La Habana cobra un novedoso e importante impulso. Su destacada participación ha hecho posible iniciar un programa de construcción de viviendas que en su primera etapa contempla el levantamiento de siete nuevos edificios.

Canadá también ha contribuido con los programas de viviendas de interés social, así­ como con la ejecución del taller y tienda de bicicletas, y el apoyo al desarrollo cultural de los niños.

La colaboración de Francia se ha dirigido al sector de la vivienda; destacan la ayuda ofrecida por las organizaciones no gubernamentales GRET, Villes en Transition y FNC Pact Arim en la rehabilitación de viviendas de la Manzana 148 y en el entorno del centro cultural Unión Fraternal.

El incremento acelerado de la colaboración propició la creación en 2002 del Departamento de Cooperación Internacional, adscrito a la Oficina del Historiador, para que definiera, conjuntamente con los colaboradores, las iniciativas a implementar.

La cooperación para el desarrollo no puede por sí­ sola realizar los cambios necesarios, pero no es menos cierto que puede constituir un instrumento capaz de impulsar soluciones innovadoras. Consideramos dicha cooperación como un acto que honra la condición humana, espacio en el que se dan la mano comunidades provenientes de realidades diversas: unas poseen los recursos, y otras, los requieren; ambas cuentan con sus propias experiencias y generan un aprendizaje mutuo que siembra semillas de respeto, enaltece y edifica.

Rescatar las tradiciones

Rescatar y promover tradiciones culturales implica conocer bien la idiosincrasia popular, sus rasgos culturales más genuinos. Así­, los actos de rescate y difusión de tradiciones confirman lo auténtico de los pobladores. En ese camino anda la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana.

Una de las premisas fundamentales de nuestra obra de rehabilitación integral es promocionar la cultura cubana, ensalzando las de otras naciones, presentes en el desarrollo histórico de nuestro paí­s, a través de una intensa programación cultural en los medios de difusión masiva y en las Casas de África, de Asia, y de los Árabes. Por otra parte, la riqueza cultural de paí­ses como Venezuela, México, Argentina, Ecuador e Italia, tan vinculados a la obra revitalizadora de La Habana Vieja, es trasmitida en las Casas Simón Bolí­var, Benito Juárez y Oswaldo Guayasamí­n, y en la Sociedad Dante Alighieri.

Ello conlleva el rescate y la promoción de tradiciones culturales en su expresión más pura, legí­tima y espontánea. Creemos que lo admirable de la tradición es, precisamente, la autenticidad con que pasa de una generación a otra, porque en el afán de conocer sus raí­ces, los grupos humanos impiden que perezcan sus costumbres; por el contrario, se apropian de ellas y las enriquecen.

De igual manera, la esencia de la cultura cubana y la nacionalidad como valores de ascendiente universal son estimables en la Casa Natal de José Martí­, el Museo de la Ciudad, pletórico de historia patria, el Instituto Cubano del Libro y los centros de promoción de la obra plástica de Wifredo Lam, y la literaria de Alejo Carpentier; en los museos de Ciencias Naturales, de Numismática, de Arte Colonial, del Automóvil, de la Plata, del Ron, y las Casas de la Obrarí­a, y en la que vivió y trabajó en sus experimentos el eminente cientí­fico Federico Enrique von Humboldt. Complementan sus funciones: galerí­as de arte, librerí­as como La Moderna Poesí­a, tiendas, atelieres, entre ellas, Colección Habana, la perfumerí­a 1791 y la Casa del Tabaco.

Rescatar la memoria literaria, artí­stica y técnica de la capital cubana es un empeño que ha fraguado con la revista Opus Habana, ya introducida en el ámbito cultural y artí­stico del paí­s, y que cuenta con un sitio web y una transmisión semanal a través de nuestra emisora. Se han sistematizado, asimismo, otras ediciones de perfil especializado a través de las ediciones Boloña.

Con cinco años en el aire, la emisora de la Oficina del Historiador, Habana Radio, potencia una marcada comunicación con los habitantes de La Habana, y cuenta con el aporte de reconocidos profesionales del medio, especialistas en ecologí­a, medio ambiente y urbanismo, arte y literatura, seguridad ciudadana, ciencias polí­ticas y económicas, historia, patrimonio y restauración. Existen varios espacios de participación popular en asuntos de salud, adultez, los jóvenes y su entorno, el conocimiento cientí­fico, las problemáticas sociales y la infancia.

Conscientes de la importancia de los medios masivos de comunicación, hemos mantenido el apoyo a la programación de la televisión nacional y local, y facilitado la presencia permanente del Centro Histórico en diversos programas informativos y culturales, entre ellos el que identifica la labor de la Oficina en favor de la cultura: el popular «Andar La Habana», en el aire ya durante casi veinte años.

Nuestra ciudad antigua es hoy lugar de concordia de credos y culturas, de paz entre todos los que deseen construir, trabajar y edificar un patrimonio cultural común. Coexisten armoniosamente sociedades españolas regionales, hermandades de raí­z africana, la Sinagoga Adath Israel de la comunidad judí­a y el hotel Raquel que recuerda su cultura, el templo protestante más antiguo de la zona perteneciente a la comunidad presbiteriana y bautista, la Iglesia Católica romana, y la Catedral Ortodoxa griega San Nicolás de Mira, recientemente construida.

En la constante lucha por defender nuestras expresiones artí­sticas más auténticas, se halla el elemento musical. Por eso, andar por las calles de La Habana Vieja es un obligado desafí­o a la complicidad con la diversidad rí­tmica de nuestro paí­s, admirada en todo el mundo. El bolero, el chachachá, el mambo, el guaguancó, etc., están siempre presentes en espacios públicos y privados como un regalo a la sensibilidad humana. Especiales proyectos de restauración devolvieron su original espiritualidad a edificios monumentales de antigua vocación religiosa, como la Basí­lica Menor de San Francisco de Así­s, dedicado ahora a la música coral y sinfónica; la Iglesia de Paula, a la música antigua, y el recientemente inaugurado Convento de San Felipe Neri, donde puede disfrutarse del arte lí­rico y operí­stico.

¿Y el legado gastronómico, esa conformación del paladar propio a partir de la transculturación? ¿No es acaso una gran suerte que el habanero disfrute, porque conoce muy bien, las comidas española, china, árabe, italiana junto a la criolla? Mantener esas raí­ces y compartir nuestra identidad gastronómica nos ha permitido fomentar restaurantes especializados que contribuyen también a la recuperación del patrimonio cultural.

Nuestra cultura, la cubana, es una cultura de zaguán, de patio, de pequeño jardí­n interior; una cultura de la ventana, de dialogar de balcón a balcón, de hablar con las manos, que mucho tiene que ver con nuestro origen napolitano y del sur de España. La propia naturaleza del cubano, extrovertido, comunicador, servicial, lo conduce a la interrelación constante con los demás, a hacer vida en la calle, en el espacio público.

La reminiscencia de las persianas, las celosí­as, el diálogo permanente con la luz, los vitrales, la explosión del color, las rejas, el ritmo y la vibración de las luces y las sombras, han impactado desde siempre las artes cubanas, la pintura y la música, como parte integrante de ese mundo real y maravilloso que inmortalizara Alejo Carpentier y otros grandes escritores cubanos en la literatura.

Lo verdadero, lo grande, lo fundamental es que toda acción humana tiene que estar respaldada por una gran idea, y las grandes ideas pueden parecer a los ilusos y a los extraños un sueño, pero el sueño es la utopí­a, y la utopí­a es la máxima aspiración del hombre. Cuando no existe un sueño, el hombre, el ser humano, ha dejado de existir.

A estas alturas de su proyecto revitalizador, La Habana, ciudad ecléctica, ciudad que expresa un diseño universal, propone una conciliación entre su aspecto exterior y el mundo interior donde se gestan y afianzan los rasgos de un patrimonio intangible, pero presente. Si en el siglo XIX fue un emporio cultural por su carácter de núcleo capitalino, en el XXI continúa siéndolo, además, por la actual estrategia de su restauración consciente.

La fusión entre europeos, africanos y aborí­genes en un inicio, junto a otros componentes étnicos y culturales más contemporáneos, modelaron el perfil y los rasgos de identidad, no sólo de la ciudad, sino de una nación mestiza en la sangre y en el espí­ritu. De ahí­ esa mezcla ecléctica de estilos que hacen de La Habana esa ciudad que refleja muchas ciudades, esa ciudad donde hoy es posible dar una lección completa de la historia de la arquitectura y del urbanismo, y no sólo para hablar de un pasado glorioso, sino también de un esperanzador futuro. El duro proceso de la transculturación ha quedado impreso en el rostro pétreo de su arquitectura y en el carácter de quienes la habitan, y nos corresponde a nosotros la inmensa tarea de transmitirlo a las generaciones venideras.

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